martes, 9 de agosto de 2016

Hora de Comer

Cuando fuimos al control de los cinco meses, la pediatra me indicó que Lorenzo estaba listo para empezar a comer fruta. Esperaba con ansias ese día, para usar una silla de comer al estilo NASA que me habían regalado.
La primera vez que le dimos manzana, con Pelayo nos hicimos de cámara para inmortalizar el momento. Además para asegurarnos que comiera, teníamos la fruta preparada de diferentes maneras: cocida, rallada, molida; así conoceríamos sus preferencias. Lorenzo nos miraba con cara de no entender nada.
“Manzana: día uno” se escuchaba en el video, y aparecía Lorenzo con cara de interrogación. En cuanto acerqué la fruta lo suficiente, él pegó un manotazo que hizo volar la cuchara hacia la alfombra; el segundo intento no fue mejor ya que corrió la cara y ésta quedó embetunada en manzana cocida. Cuando por fin logramos que abriera la boca y comiera puso cara de asco, escupió todo lo que había ingerido y se puso a llorar. “Manzana día uno”: Fallido.
“Manzana: día dos” fue más o menos parecido al día uno y así sucesivamente los restantes cuatro días.
Convencida de que con la pera me iría mejor hice el intento y a Lorenzo tampoco le gustó. Y así sucesivamente con todas las frutas que le di a probar.
Comencé a desesperarme y a pensar que el tema de la comida siempre sería un problema. Me acordé de todas esas historias que había escuchado e ignorado a lo largo de mi vida de aquellas madres cuyos hijos no comen nada y que tienen que recurrir a suplementos alimenticios y vitaminas para que sus retoños no caigan en la desnutrición. Pensé en mi Lorenzo y sus tutos gordos y me decidí a hacer lo imposible porque mi guagua comiera.
Comenzó el show. Cada vez que a Lorenzo le tocaba comer, yo me ponía a hacerle gracias, cantarle canciones y bailarle para que se riera y así alcanzar a meterle la cuchara. Simulaba que le pasaba el chupete y cuando abría la boca le daba la fruta, claro que subestimé a mi pequeño ya que este aprendía la técnica rápidamente y no me duraba más de dos intentos.
Un día, cuando ya el ritual de la fruta se había hecho famoso en el chat familiar, éste abrió la boca sin más y se comió la fruta. ¡No lo podía creer! Era como si mi guagua se hubiera resignado a la situación y hubiera decidido que era tiempo de tregua. De a poco los dos comenzamos a disfrutar la hora de la fruta, y ésta se convirtió en el momento de los cantos y los cuentos.
Todo iba viento en popa hasta que sucedió algo inesperado, Lorenzo se enfermó. Con ello vinieron los remedios, y un notable retroceso en el tema de la comida, ya que el pobre, traumado con la cantidad de medicamentos malos que le echaba a la boca, decidió volver a cerrarla. Es divertido ese afán de los laboratorios de ponerles sabores a los remedios de los niños que generalmente son pésimos; le ponen un color rojo chillón y “sabor a frutilla.
Por suerte cuando Lorenzo se mejoró y pasaron unas semanas, volvió a amigarse con la comida y retomamos nuestra hora de la fruta.
Lo mejor fue cuando cumplió los siete meses y agregamos las verduras al menú, gozaba las sopas y siempre quedaba pidiendo más y más.
Recuerdo cuando fui al control de los diez meses y la pediatra nos autorizó a darle cosas ricas como manjar, galletas y jugo en caja, entre otras. Yo ya le daba la mitad de la lista hace y me sentí una pésima madre; pero cuando mi mamá me contó que ella nos daba esas cosas cuando éramos aún más pequeños, me tranquilicé y decidí seguir confiando en mi propio criterio.


miércoles, 15 de junio de 2016

Nana o sala de cuna??

¿Nana o sala de cuna?

Se acercaba el minuto de volver a trabajar y teníamos que decidir si Lorenzo iría a una sala de cuna o se quedaría en la casa. La nana que teníamos no podía quedarse con nosotros los cinco días de la semana, debíamos encontrar a alguien de confianza y rápido, o en su defecto, un establecimiento.
Resolvimos ir a conocer diferentes salas de cuna para tomar una decisión informadaHabía escuchado el caso de la amiga de una amiga que había dejado a su guagua en una guardería, y ésta cada vez que la iban a buscar ignoraba a su madre en protesta por haberla dejado. Me aterré.
Un poco recelosa partimos a conocer la primera y vi como los niños permanecían en sus cunas mirando al horizonte con cara de perdidos y con los mocos colgando, compartiendo chupetes con el compañero de la cuna del lado, mientras las dos tías que había intentaban controlar a los más grandes que corrían por todos lados. Salí llorando desconsoladamente porque no estaba dispuesta a dejar a mi retoño y que me ignorara para castigarme por el abandono, Pelayo me dijo que fuéramos a ver otras opciones. La situación no mejoró y me di cuenta que el problema no era los establecimientos que habíamos visitado, era yo…
Decidimos que buscaríamos una nana puertas afuera de lunes a viernes. No sería tarea fácil ya que dejar lo más preciado que tengo en la vida al cuidado de una desconocida se me hacía terrible, además tenía el recuerdo de mi infancia cuando mi madre trabajaba y nos dejaba a mí y mis hermanos al cuidado de nanas que más bien parecían ogros.
Tenía terror que a Lorenzo le tocara vivir ese calvario y pensaba en todos aquellos casos que salen en las noticias donde la nana le pega a la guagüita de tan solo meses, casos de “síndrome del niño sacudido”; estaba paralizada y cada día más convencida de que mi guagua solo estaría bien al cuidado de su madre.
Fui a una agencia de empleos a entrevistar candidatas. Como no tenía con quien dejarlo lo llevé, además pensaba que así podría darme cuenta si existía afinidad entre ellas y Lorenzo o no. Entrevisté a diez candidatas de todas las edades, nacionalidades y características, algunas muy amorosas con Lorenzo y otras bastante bruscas; recuerdo a una que luego de explicarle que su tarea principal sería cuidar a la guagua, me dijo que feliz trabajaba en mi casa pero que no le gustaban los niños ¡descartada! Otra me dijo que se había ido de la casa anterior porque la habían descubierto robando, y otra (bastante sexy bombón) me contó que el ex patrón se le había tirado al dulce y por decirle que no, éste la había despedido.
Completamente derrotada regresé a mi casa sin tener idea de qué iba a hacer. 
Una amiga que vio mi desesperación me recomendó a la hija de su nana, una niña joven recién llegada a Chile, con cero experiencia pero buena voluntad. Decidí probarla una semana y la verdad es que me gustó bastante, se llevaba bien con Lorenzo y aprendía rápido los quehaceres de la casa. Estaba aliviada por haber encontrado a la persona indicada, y el día que me levanté decida a comunicarle que la contrataría; fue el mismo día que me llamó mi amiga para contarme que su nana y la mía volverían a su país por problemas familiares. 
Volví a perder las esperanzas de encontrar a la persona adecuada y a esas alturas pensaba en pedirles a mi mamá y a mi suegra que se turnaran para cuidar a Lorenzo. Esto no me gustaba nada porque si mi guagua pasaba todo el día con las abuelas lo dejarían absolutamente malcriado y sería difícil hacerles el contrapeso. 
Quedaba exactamente una semana para entrar a trabajar cuando recibí un llamado inesperado, era una amiga para decirme que su cuñada se iba a vivir al extranjero y dejaba a su nana de toda la vida. No lo podía creer, era como si el destino hubiese tenido todo preparado para que la Nancy llegara a mi casa; al lunes siguiente estaba instalada y yo por fin podía respirar tranquila.
La Nancy fue lo mejor que me pudo pasar, Lorenzo la ama y ella a él. 

lunes, 25 de abril de 2016

El bautizo de mi retoño


Cuando Lorenzo cumplió dos meses y medio lo bautizamos en la capilla del colegio donde estudió Pelayo toda su vida. Era tanta su chochera que casi se pone la corbata que usaba en cuarto medio.
Con Pelayo y los futuros padrinos tuvimos que asistir a unas charlas en la parroquia del barrio, requisito para poder bautizar al retoño. En estas se juntaba un gran número de padres y padrinos que estaban en la misma que nosotros y no sé cuál de ellos estaba más perdido con el tema. Los encargados preguntaban uno a uno hace cuánto tiempo que no iban a la iglesia y todos ponían cara de espanto y decían que tenían intenciones de retomar su vida espiritual; algunos más osados simplemente mentían diciendo que acudían religiosamente todos los domingos, pero sus miradas nerviosas los delataban.
Por fin llegó el día y lo bautizó el mismo sacerdote que nos casó, que ya en esa época, estaba tan sordo que usaba audífonos en ambas orejas, imaginen cómo estaba ahora. 
Lorenzo dormía plácidamente en brazos de su madrina, ajeno a lo que sucedía a su alrededor y sin imaginar que en pocos minutos le caería una ola de agua en su carita. La motricidad fina del curita no era muy buena y prácticamente bañó a mi pobre guagua. De la pura impresión se hizo en los pañales y dejó un penetrante olor en todos lados. Para terminar, al momento de la bendición Lorenzo vomitó sobre la pila de agua bendita y yo casi muero de la vergüenza, no sabíamos dónde meternos y la encargada de la capilla nos miraba con cara de pocos amigos.
Terminó la ceremonia y partimos a almorzar a la casa de mis padres con todo el familión. Siempre habíamos querido hacer algo más íntimo pero nuestros progenitores no lo permitieron e invitaron a todos sus hermanos, cuñados y sobrinos.
Comimos un almuerzo que estaba delicioso y mi suegra mandó a hacer una torta preciosa con unos angelitos encima; mi madre decoró la casa con guirnaldas blancas y azules. Mi papá y mi suegro se abrazaban de felicidad por el esperado nieto que al fin había llegado. El pobre Lorenzo fue pasado de mano en mano y las abuelas se lo peleaban y no dejaban que nadie lo tuviera más de cinco minutos, encontraban alguna excusa para “rescatarlo”.
Al cabo de varias horas estábamos listos para irnos a descansar cuando al primo de Pelayo se le ocurrió llegar con pisco, coca cola y hielo para tomarse “una cosita”. Empezó la fiesta.
Mis papás se fueron a un matrimonio y me dejaron a cargo con la expresa orden de que quedara todo impecable, era como volver a los quince años. Mi hermano chico aprovechó la oportunidad para invitar a algunas amigas al baile, lo que le vino de cajón a todos los primos mayores que gozaron con el espectáculo de niñas de veinte que llegó.
Mi prima chica de tiernos dieciséis años que nunca había tomado alcohol, tuvo un primer acercamiento bastante traumático ya que terminó durmiendo en un sillón, babeando los cojines delante de todos los invitados, y tuvimos que ir a acostarla a la cama de mi hermana. 
Llegaron los carabineros a pedirnos que hiciéramos silencio porque los vecinos estaban alegando, y Pelayo salió a ofrecerles piscola y contarles lo feliz que estaba porque ese día su primogénito había sido bautizado. 
Para rematar la situación a mis primos chicos, esos niños de dieciocho años que toman como si fuera el último día de sus vidas, les dio hambre y no encontraron nada mejor que comerse la hermosa torta de Lorenzo con las manos, además mientras lo hacían echaron a volar su imaginación y convirtieron a los angelitos en toda clase de figuras con doble sentido.
Lo que comenzó como un tradicional bautizo se había convertido en un “bautizazo”.
Como a las dos de la mañana, bastante cansada y enojada eché a todos de la casa de mis padres, incluido Pelayo, me quedé ordenando y procurando dejar todo impecable y luego me fui a mi casa a dormir.

jueves, 31 de marzo de 2016

Mi suegra, mi mamá y yo...

Desde el momento en que supe que estaba embarazada sabía que mi mamá y mi suegra serían un tema el día que el retoño naciera, y no me equivocaba.

Por una parte estaba mi madre, que esperaba con ansias el día que naciera el primer nieto, y mejor si este era de una de sus hijas porque sería como si la guagua fuera de ella. Por otra parte estaba mi suegra, una mujer ya mayor, que también esperaba el primer nieto porque ninguno de sus tres hijos le había dado esa felicidad ya que el mayor había tomado el camino del sacerdocio y el menor permanecería soltero y gozando la vida sin ataduras. Pero vamos de a una.

Mi suegra se instaló en la clínica desde el primer momento en que Lorenzo hizo su aparición hasta que nos dieron el alta. Llegaba a las ocho de la mañana y se iba a las ocho de la noche; además estaba tan emocionada que invitaba a sus amigas a pasar un rato a la clínica. Habían momentos en los que mi pieza parecía aquelarre, lleno de mujeres comentando sobre lo parecido que era Lorenzo a su padre, al padre de su padre, al abuelo de su padre, etc.; mientras yo lo único que quería era quedarme a solas con mi guagua para regalonearla. Estas visitas no se iban ni cuando me tocaba dar pecho y se quedaban mirando y dando instrucciones sobre cuál era la mejor manera de hacerlo.

Cuando llegamos a la casa todo siguió igual y se instalaba todo el día ahí, y cuando no podía estar todo el día, inventaba escusas para pasar aunque fuera media hora a darle un beso a su nieto. Se había conquistado a la nana y esta le abría la puerta sin importar si Lorenzo y yo estábamos durmiendo.

La gota que rebalsó el vaso fue un día que salí al dentista y dejé a Lorenzo con la nana; cuando iba de vuelta la llamé para que me preparara el bolso ya que pasaría a buscar a mi guagua para ir a un almuerzo, a lo que ella me responde que Lorenzo no está, “su suegra llegó al poco rato que usted se fue y lo llevó a dar una vuelta al mall”. En ese momento de pura ira se me heló la sangre y tomé el teléfono decidida a cantárselas claras a mi suegra. Para rematar la situación no me contestó el teléfono y mi rabia aumentó, llamé a Pelayo indignada y le conté lo sucedido, me dijo que hablaría con su madre. Cuando llegué a la casa me la encontré en el ascensor y con la pura mirada glacial que le di entendió que no podría volver a hacer algo así.

Mi mamá también estaba vuelta loca, y si bien en la clínica se portó bastante bien, cuando llegué a mi casa no había manera de sacarla de ahí. Llegaba a las diez de la mañana y se iba a las ocho de la noche cuando Pelayo ponía cara de pocos amigos porque quería pasar un rato a solas con su hijo. Sé que lo hacía para ayudarme pero eso no quita que me tuviera con los nervios de punta con todas las instrucciones que me daba por minuto sobre como amamantar, mudar, vestir y acurrucar a mi guagua; no me dejaba espacio para errores y cada vez que yo hacía algo salía con una historia sobre cómo lo había hecho ella.

Tenía a las dos abuelas de planta en mi casa, y peleaban en silencio por quién lo tomaba más rato, quién lo hacía dormir y quién lo mudaba. El tema es que entre las dos me tenían agotada y necesitaba espacio para estar a solas con Lorenzo y Pelayo.

Nos dimos cuenta que, si queríamos mantener nuestra privacidad como familia, debíamos hacer algo pronto y no esperar a estar al borde del ataque de nervios para tomar cartas en el asunto. Hablamos seriamente cada uno con su madre, y amablemente les agradecimos toda la ayuda y buenas intenciones, pero les pedimos que se mantuvieran un poco más al margen ya que nunca aprenderíamos a ser padres si ellas estaban constantemente sobre nosotros impidiéndonos cometer aquellos errores que incluso ellas cometieron alguna vez. Por suerte lo entendieron y desde ese momento recuperaron la cordura.


Cuando se tranquilizaron con el tema de Lorenzo comenzaron a ser un aporte y podíamos contar con ellas para lo que necesitáramos, lo que era realmente útil sobre todo cuando queríamos escapar un rato de ese nuevo rol paternal y volver a la juventud por una noche. Lo que comenzó como la pesadilla de las abuelas desquiciadas finalmente terminó en una historia muy feliz. Poco a poco comencé a contar más con mi mamá y ella me traspasaba sus conocimientos; en mi nuevo rol de madre entendí en su forma de ser y actuar conmigo y mis hermanos, valoré todo lo que ha hecho por nosotros y agradecí tenerla a mi lado para lo que fuera. Pasó a ser una gran amiga.

lunes, 14 de marzo de 2016

El primer mes con Lorenzo

La guagua nace cuando a uno le dan el alta y cruza el umbral de su casa por primera vez, ahí desaparece ese bebé tranquilo y apacible que dormía veinte horas diarias para dar paso a “babyzilla” que lo único que hace es llorar, hacer caca y vomitar por todos lados.

Recuerdo que nuestra primera noche en el departamento fue del terror, Lorenzo lloró prácticamente toda la noche y con Pelayo estábamos desesperados sin saber qué hacer para calmarlo. Como a las cinco de la mañana luego de no haber pegado pestaña, Pelayo se levantó con los ojos rojos y ojeras hasta las rodillas y comenzó a gritar que esto era inhumano, que no tendríamos más hijos ya que con uno bastaba y sobraba porque no estaba dispuesto a pasar el resto de sus días sin dormir. No pude hacer más que reírme entre bostezos
Como guinda de la torta, al día siguiente mi mamá me preguntó cómo habíamos pasado la noche y le conté que había sido una pesadilla, ella no encontró nada mejor que decirme “parece que a Lorenzo no le gustó su casa nueva” y yo, cansada y ultra sensible, comencé a llorar desconsoladamente porque a mi hijo no le gustaba nuestro hogar
Ya me habían advertido que los primeros meses eran un período de adaptación, pero que todo comenzaba a mejorar al fin del tercer mes, sólo debía aguantar y esperar. 
Con Pelayo habíamos decidido que no queríamos contratar una enfermera porque íbamos a apechugar desde el principio(en realidad no había espacio para nadie más); sólo tendríamos una nana que fuera dos días a la semana a ayudar con el aseo. Reconozco que hubo noches en vela donde deseaba tanto una enfermera, que hubiera sido capaz de dormir con ella en mi cama.
Recuerdo que un día eran las tres de la tarde y figuraba yo sola con Lorenzo, en pijama y con cara de loca por el sueño y el hambre que me invadían. Él lloraba desconsoladamente y no había nada que pudiera hacer para calmarlo, estaba realmente desesperada. Luego de muchos intentos logré dormirlo y me dispuse a hacer algo por mí, la pregunta era ¿qué? Tenía los minutos contados antes de que Lorenzo despertara otra vez y desatara su furia y debía decidir si tenía más sueño que hambre o ganas de ducharme. 
Era un sábado cualquiera Pelayo se dispuso a salir a trotar. Mientras se abrochaba las zapatillas me di cuenta que mi libertad se había acabado, ya no podía tomar mis zapatillas y salir a trotar sin más porque había un hombrecito que dependía cien por ciento de mí y cualquier intento por darme unos minutos a solas requerirían una gran planificaciónprevia; de pronto estallé en llanto y Pelayo, sin tratar de entender qué pasaba, me llevó a tomar desayuno para pasar la pena.
El primer mes es de adaptación sobre todo en los tiempos, ya que antes para salir era cosa de tomar la cartera y listo. Cuando tienes una guagua eso queda en el pasado, debes prepararte como para una mudanza: llevar pañales, toallitas húmedas y el talco; tenida de repuesto por si se pasaba.Echar el pañuelo para amamantar en público y, por si acaso,una mamaderaComenzamos a llegar tarde a todos lados.
Un hito muy importante es el primer baño de tu guagua. La primera vez que bañamos a Lorenzo estábamos más nerviosos que para una entrevista de pega; implicó un gran trabajo previo que consistió en lograr la temperatura correcta en toda la casa para que no se enfriara al secarlo, llenar su tina tamaño mini con agua que no podía estar ni muy caliente ni muy fría; dejar la toalla, la ropita, los pañales, la crema para el potito y el talco, al alcance de la mano para que el proceso de vestirlo fuera rápido. 
La idea era que mientras yo lo jabonaba Pelayo le sacara fotos para inmortalizar tan importante acontecimiento, el problema fue que, en el minuto que Lorenzo tocó el agua, comenzó a llorar desconsoladamente, y por más show que hicimos no logramos calmarlo; finalmente tuvimos que sacarlo. No queríamos que ese funesto intento de baño quedara inmortalizado como el primero, por lo que la siguiente vez sacamos miles de fotos y las mostramos como el primer baño, engañando así a familiares y amigos.
No me van a creer, pero para mi sorpresa lo que me habían advertido sobre los primeros meses se cumplió, el día que Lorenzo cumplió los cuatro meses todo cambió para mejor.

viernes, 29 de enero de 2016

La lactancia


Durante mi embarazo este tema fue de las cosas que más terror me daba. Si bien todas las mujeres que han sido madres me han dicho que es algo maravilloso, estaba segura que no todo sería tan espectacular, y no me equivocaba.

La primera vez que Lorenzo tomó pecho fue una experiencia increíble. Recuerdo que nuestras familias se habían ido de la clínica y estábamos solos los tres, agotados luego de tanto ajetreo, pero felices. Lorenzo se agarró del pecho casi automáticamente y nos conectamos totalmente, sentí que estaba hecha para amamantar a mi pequeño y con Pelayo nos miramos sin poder dar crédito a que el hijo que estábamos esperando hacía tanto ya estaba allí.

El último día en la clínica me bajó la leche. Me levanté para ducharme y cuando me desvestí frente al espejo y vi que ya no tenía dos pechos redonditos y formaditos como antes… frente a mí había dos pelotas gigantes y duras y amoratadas que doblaban en tamaño a la cabeza de Lorenzo. El impacto fue tan grande que di un grito ahogado. Pelayo llegó corriendo a ver qué me pasaba y quedó atónito al ver el reflejo del espejo.

Por suerte Lorenzo nunca tuvo problemas para tomar pecho, logró agarrarse bien desde el primer momento y tomar lo necesario. El tema fue que mi hijo nació con hambre acumulada desde hace nueve meses, y cada dos horas exigía comida. A pesar de que fui de esas embarazadas mateas que se preparan los pechos con formadores de pezones y cremas Maam, estos no estaban listos para “pac-man” y sucumbieron ante las exigencias de Lorenzo.

Lo que les contaré a continuación no es agradable en lo absoluto pero muchas mujeres agradecerán la sinceridad para prepararse sicológicamente para el sufrimiento. A los cuatro días de nacido mi pequeño y a pesar de que desde el primer día me había echado la famosa crema Purelan especial para evitarlo, mis pechos tenían llagas y el pobre tomaba leche con sangre, para mi (poca) tranquilidad, no parecía molestarle, succionaba con las mismas ganas de siempre. El problema era que yo no daba más de dolor; la matrona me aconsejó que alternara con la mamadera para darles un respiro a mis pechos, me pusiera luz por al menos diez minutos y me echara una crema de matico cicatrizante. Así lo hice y después de una semana de sufrimiento se me pasó.

Luego de sobrevivir a aquella primera experiencia traumática, amamantar comenzó a ser una rutina agradable, empecé a disfrutarla ya que eran los minutos que aprovechaba para estar a solas con mi guagua (lo que no era frecuente).

A los tres meses de Lorenzo con Pelayo decidimos salir de paseo en familia y partimos a Puerto Varas por cuatro días. Era la primera vez que viajábamos los tres y llevábamos dos maletas gigantes con miles de cosas (luego nos daríamos cuenta de su inutilidad). El viaje lo hicimos en avión y me habían advertido que a los bebés les duelen los oídos con el aterrizaje, para evitar eso debía darle pecho; el problema fue que los aviones comienzan a bajar mucho antes de que uno lo perciba y de pronto Lorenzo comenzó a llorar desconsoladamente. Intentaba amamantarlo para que se calmara pero no había caso, y Pelayo sentado al lado mío no atinaba a nada más que tratar de taparme para no hacer un espectáculo topless. A esas alturas todos los pasajeros me había visto los pechos y a mí lo único que me importaba era calmar a mi guagua.

Cuando Lorenzo cumplió los cinco meses, la vuelta a la pega se acercaba vertiginosamente y luego de mucho meditarlo decidí que era el minuto de dejar la lactancia, Lorenzo estaba gordo y sano y yo había cumplido con creces mi tarea, no estaba dispuesta a llevar el sacaleches a la oficina y tener que instalarme en el frio y sucio baño a ordeñarme.

Al parecer Lorenzo estaba listo para la independencia, porque no pareció molestarle el paso del pecho a la mamadera, es más, estaba feliz porque al succionar le salía más cantidad. La que no estaba muy preparada era yo y la primera semana extrañaba esos momentos de cercanía a solas con mi guagua, luego me di cuenta que igual podíamos tenerlos y cuando le tocaba la hora de la leche aprovechábamos de acostarnos juntos en mi cama y mientras él tomaba yo le hacía cariñito en su cabecita.

viernes, 15 de enero de 2016

El día "D"


Un día me desperté con la extraña sensación de que caía líquido entre mis piernas. Intentando mantener la calma, llamé a Pelayo a la oficina para que fuera a buscarme y partiéramos a la clínica.

Mientras esperaba que llegara mi marido llamé a la matrona para contarle lo sucedido y me dijo que mantuviera la calma, que esperara una hora aproximadamente para confirmar que se me había roto la bolsa.

Luego de unas horas no había pasado nada y la matrona me explicó que muchas veces la bolsa tiene unos globitos exteriores que se revientan y hacen que caiga agua, pero que no me preocupara, aún no había llegado la hora…

Más tarde comenzaron las contracciones y sin preguntarle a nadie, con Pelayo partimos a la clínica. En el camino llamamos a toda la familia para contarles que Lorenzo por fin había decidido nacer. Fue una falsa alarma.

Como a los dos días me levanté con la sensación de que por fin había llegado el momento de conocer a Lorenzo. Sentía unas leves contracciones y algo me decía que mi porotito había elegido ese día, para nacer. Por suerte Pelayo aún no partía a la oficina, asique agarramos el auto y nos fuimos a la clínica; decididos a no llamar a nadie hasta que no tuviera la epidural puesta. A las dos horas figurábamos en la casa.

Era un domingo, y partimos a la casa de mis papas a almorzar y hacer uso de la piscina, por que hacían unos treinta y dos grados de calor y era imposible permanecer en otro lugar que no fuera dentro del agua. Al medio día comencé a sentirme mal, tenía la panza dura y me pesaba más que nunca, tenía contracciones cada cierto rato y sentía mucha presión entre las piernas; no le di importancia y lo atribuí al calor. Pasamos la tarde chapoteando y con el frescor del agua los malestares disminuyeron considerablemente.

Llegamos de vuelta a la casa como a las ocho, y cansada como estaba, me acosté sin intenciones de moverme hasta el día siguiente.

Como las una de la mañana, dormía plácidamente cuando sentí que algo escurría por mis piernas; cuando miré mi sorpresa fue infinita al ver un líquido rojo que salía por debajo de mi camisa de dormir. Comencé a mover a Pelayo que dormía a mi lado, no era capaz de atinar a nada más; él despertó sobresaltado, me vio en la cama alrededor de una mancha de sangre y se puso pálido.

Partimos a la clínica y Pelayo me depositó en la puerta mientras iba a estacionar el auto. Fue bastante triste cuando entré caminando sola, y me senté frente a la recepcionista. Le conté las razones por las que estaba ahí y me hizo pasar rápidamente al box de la urgencia.

Llegó la matrona de turno a hacerme un tacto para determinar de dónde provenía tanta sangre, pero no pudo identificar las causas. Llamó a otra matrona quien en dos segundos estaba haciéndome otro tacto, pero nada… luego llegó el doctor de turno y repitió el procedimiento para ver si podía aportar algo pero no logró determinar las causas de la sangre. Finalmente apareció mi doctor quien hizo lo mismo que los anteriores y obtuvo los mismos resultados…nada.

Faltó poco para que hasta el señor del aseo me hiciera tacto, y con tanto toqueteo comencé el trabajo de parto y las famosas contracciones que uno ha visto en la tele. Déjenme decirles que es tal cual como en las películas.  

Estaba dilatada en cuatro centímetros cuando mi doctor me dijo que mis contracciones hacían que a Lorenzo le bajaran los latidos del corazón, por lo que tendría que hacer una cesárea para sacarlo lo antes posible. Pelayo estaba verde y sólo asentía; mientras yo pedía que lo sacara por donde fuera pero rápido.

Llegó el momento de la temida epidural. Estaba en posición fetal aguantando las contracciones cuando entró un señor muy simpático que asomaba sus ojos azules sobre la mascarilla; recuerdo que me dijo que la epidural no dolía nada. Terminó de decirlo y agregó que ya la había puesto; ese fue mi encuentro con la grande y temida aguja, silencioso e imperceptible.

No pasaron más de veinte minutos y sentí un fuerte llanto, ahí estaba mi Lorenzo que protestaba por haber sido desalojado. Pelayo me dio un beso en la frente y luego puso a Lorenzo a mi lado, comencé a hablarle y parece que me reconoció por que dejó de llorar y me miró con esos ojitos arrugados como diciendo: “yo a ti te he escuchado antes”. Fue el momento más feliz de nuestras vidas, y comprendí que desde ese día seríamos los tres para siempre.